
Nuestro camino a PRISMA: La decisión de dejar todo y seguir el llamado
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Desde que era niño, siempre estuve convencido de que dedicaría mi vida a servir a la iglesia a tiempo completo. Fui criado por mi madre, y en su deseo de que no tomara decisiones equivocadas, me entregó literalmente a la iglesia, como a Samuel en la Biblia. ¡Y es que pasaba todos los días allí! Salía del colegio y me iba directamente a la iglesia, a pesar de que quedaba a más de 8 km de mi casa. Me las arreglaba para llegar, a veces en carro y otras caminando. Ahora, al mirar atrás, me doy cuenta de que eso fue parte del proceso que me ha llevado hasta donde estoy hoy. "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él." (Proverbios 22:6)
Desde entonces, siempre he tenido un corazón dispuesto al servicio, con la firme esperanza de que algún día mi trabajo sería servir a Dios. Me fascinaba hablar con niños y adolescentes sobre lo que Cristo había hecho en nuestras vidas. Por esa razón, aunque tuve algunas noviecitas en el colegio, siempre estuve convencido de que Dios me daría a mi esposa dentro de la iglesia, y con ella, serviríamos juntos a tiempo completo, sin importar el momento.
Pasaron los años, y en la iglesia, algunas chicas llamaron mi atención, pero nunca pasó nada, porque siempre estuve seguro de que debía esperar a la persona indicada. Y entonces, apareció Sandra. Una chica completamente diferente a mí: de familia funcional, preparándose para la universidad. ¡Yo, para ese entonces, ni pensaba en estudiar! Mi situación era completamente distinta, como si estuviéramos en dos mundos paralelos. Como diría una canción: "tú y yo somos de diferente clase social..." ¡Jajaja!
Desde el principio, fuimos muy buenos amigos. Durante casi dos años, jamás me atreví a insinuarme por miedo a perder su amistad, además de que ella solía decirme: “ante todo, la amistad”. ¡Eso me mataba! Cada vez que lo decía, me sentía como si fuera un cartel luminoso diciendo: "¡NO! Solo somos amigos y eso nunca cambiará ¡Jajaja!" Pero pasaron los años, y nuestra amistad se transformó en amor. Ella servía esporádicamente en la alabanza, mientras que yo me encargaba de programar las reuniones. Sin embargo, había algo que no encajaba. Mientras yo le hablaba de mi deseo de tener una familia e hijos, ella no quería nada de eso. Cuando le contaba que deseaba servir a tiempo completo en la iglesia como pastor o en un rol administrativo, me decía que no se veía en una iglesia, que no se sentía llamada para eso.
Esos momentos me confundían. Me preguntaba: ¿cómo es posible que esté tan seguro de que esta mujer es la ideal, pero al mismo tiempo no coincida con lo que yo esperaba de una compañera de vida? Después de varios años de relación, en 2020, pensaba pedirle la mano, pero en mi mente estaba la duda: ¿cómo podría casarme con alguien que no compartía mi visión de seguir y servir a Dios? Sin embargo, había algo claro en mi corazón: sabía que ella era la persona indicada.
Ese año, estaba decidido. Si no escuchaba de su parte que también quería servir al Señor, no podría casarme con ella. Entonces, en febrero de ese mismo año, nos invitaron a un evento llamado Cima. Al principio pensaba que sería un evento cristiano más, pero como se realizaba en el extranjero, pensé que tal vez harían algo diferente para atraer a la iglesia. ¡Y vaya que lo hicieron! Ese evento fue un parteaguas. El cuarto día, Sandra, llorando, me dijo que no sabía hacia dónde Dios nos llevaría, pero que estaba dispuesta a darlo todo por Su misión. Al día siguiente, ya estábamos pensando en cuáles serían nuestros primeros pasos, especialmente con PRISMA, una escuela de preparación para misiones que cambió nuestra perspectiva sobre cómo seguir a Dios y servirle.
Luego llegó la pandemia y las cosas cambiaron un poco, pero después de ese mensaje de Sandra, entendí que siempre había sido ella. Dios nunca se equivocó, y más aún, ella sería la mujer con la que Su misión se arraigaría en nuestras vidas y corazones. Sin saberlo, Sandra, ese día, confirmó nuestro matrimonio, que también formaba parte del llamado supremo que el Señor tenía para nuestras vidas.
Dios ha guiado nuestra vida y nuestro llamado misionero desde siempre. Su plan es irrevocable, y hoy, al mirar hacia atrás, puedo ver con claridad cómo Él ha estado conduciendo nuestros corazones hacia Su misión, paso a paso, desde que éramos jóvenes. "Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables." (Romanos 11:29)
Autor: Yhordan Cadillo (El Chino)